Tal
y como sucede en Macbeth, la clásica tragedia de Shakespeare, donde los árboles
no permiten ver el bosque, es increíble cómo en estos días los automovilistas
de la capital se pusieron a discutir por la imposición de las fotomultas sin
atender ni por asomo los efectos del exceso de velocidad.
Y
junto con ellos, decenas de periodistas que hasta la constitucionalidad de la
medida cuestionan y ven afectado su derecho al libre tránsito, como si la
Constitución garantizara la libertad de poder llegar a bordo del auto a
cualquier parte.
Pasa
un poco como en el juego de los nueve puntos que deben unirse con un solo trazo
del lápiz sin despegarlo del papel, cuya solución es imposible si no se rebasan
los límites del cuadro, es decir, como sostienen los fundadores del llamado
pensamiento lateral, hay que pensar fuera de la caja.
Durante
años, por ejemplo, se discutió si a los peatones los atropellaban por flojos al
no querer usar los puentes peatonales o porque les faltaba educación para su empleo.
Hoy sabemos que es todo lo contrario, los puentes sólo existen para facilitar
el uso de los vehículos cuando en la nueva jerarquía vial quienes tienen
prioridad son los peatones.
Así
pasa con el asunto de las multas, todo mundo habla de lo excesivas que son, de
la probidad de la empresa que las aplica, de las condiciones del contrato, de
que es posible disminuir la velocidad mientras se pasa frente a la cámara y
después acelerar hasta encontrar la próxima, pero pocos piensan en los efectos
del exceso de velocidad.
Tan
sólo en el DF hubo 300 atropellados en 2013 y en todo el país mueren 14 mil
personas al año en hechos viales, sin contar los miles que quedan con alguna
discapacidad.
Quizá,
entonces, haya que aplicar un poco aquello de pensar fuera de la caja, el tema
no son las multas. El tema es respetar las reglas para evitar las muertes.
Ninguna de estas es tolerable.
Hay
que salir de la caja ¿no cree usted?
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